Hay cámaras de seguridad en todas partes. Y donde no las hay, circulan los papparazzi de distintas publicaciones, espiando la vida de famosos y desconocidos, para atrapar "la nota curiosa" o -mejor aún- la imagen de alto impacto que permita ridiculizar o comprometer o deschavar o escrachar a algún famoso. También hay cámaras en la noche, televisando peleas de borrachos o parejas que se cruzan en un zaguán. Todo está en pantalla. Ese es nuestro mundo. Y en ese mundo el televidente -personaje pasivo, si los hay- mira las escenas que proyecta la tele.

Vemos a una mujer en un barrio de Río de Janeiro. La cámara fija la registró temprano, por la mañana. Lleva en brazos un bebé recién nacido, que apenas abulta como un perrito entre las mantillas. La mujer se acerca a un container de basura. Deposita el bebé cuidadosamente, sobre los desperdicios, y se va. Acaba de condenarlo a muerte. La tele repite la escena una y otra vez. Sin música de fondo, sin voces, sin llantos. Es una cámara muda. Sólo se ven los hechos, desnudos. Y otra vez. Y otra vez. Luego nos dicen que una vecina pasó por el sitio, horas después, y escuchó llorar al crío. Lo recogió, lo llevó a alguna parte, y por ahora su ejecución ha quedado suspendida.

Otra escena grabada por cámaras de seguridad. Una guardia de hospital, en Buenos Aires. Ocho personas esperando turno, sentadas tranquilamente en sus sillas. Una enfermera tomando nota, junto al teléfono. Entra en pantalla un desconocido. Parece que buscara a alguien. Hace ademán de retirarse pero, entonces, ve que la persona buscada está allí. Se acerca al hombre sentado con pasos decididos. Una vez frente a él, le apoya una mano en el pecho, extrae un punzón del bolsillo y se lo clava, de un rápido puntazo, en el cuello. El desconocido se va. Alguien parece perseguirlo. Los testigos se esfuman rápidamente. Alguien introduce al herido por la puerta vaivén. Fin de la escena. Y recomenzamos. Y otra vez. Los hechos mudos, sin comentario, sin opinión, sin voces.

Vemos al Presidente Obama, Hillary Clinton y otros altos funcionarios, todos mirando fijamente un televisor. Obama tiene una expresión tensa y triste. Se inclina hacia el televisor. La señora Clinton se tapa la boca con horror. Están mirando "en vivo" la forma en que el equipo Seal Navy está matando a Osama ben Laden. Sólo vemos las expresiones de Obama y Hillary. El resto lo ignoramos. Tenemos el hecho desnudo. En los días siguientes vamos a oír, ver y leer más cosas. Seremos testigos de la forma en que el jefe de Al-Qaeda, autor de la muerte de 2.993 personas en Nueva York (11-09-2001), de 191 en Atocha- Madrid (11-03-2004), de 52 en Londres (07-07-2005) y 174 en Bombay (25-11-2008) se va transformando en una víctima. Casi un mártir de los Derechos Humanos.

Vemos otras mil cosas. Una joven señora, embarazada de 5 meses, artista de gran belleza, se besa en el auto con un ex-ministro de Economía. Los vemos una y otra vez, en primer plano, más acá, más allá, con las manos acariciando sendas mejillas, con la punta de la lengua asomando fogosamente. Y otra vez. Y otra vez.

Una chica monísima, conocida por todo el público, va a un recital de rock y las cámaras -con sus focos invisibles- captan el detalle de sus manos. Está liando un cigarrillo de marihuana. A consecuencia de esta fotografía, estalla la novedosa polémica en la Argentina: ¿Está bien que algunas personas consuman cannabis en público? Y luego las declaraciones de Fulano y Mengana: "Yo fumé, yo nunca fumé, a mi no me hizo efecto, a mí me hizo mal, cada uno es libre..." etc.

Las cámaras muestran hechos reales. Sólo tenemos que verlos. Están todo el día en pantalla, repitiéndose en una ronda muda que se realimenta, y a cada minuto incorpora una nueva escena. Amigo lector: siéntese frente a la tele, apague el sonido y verá la vida.

FUENTE: www.lanacion.com.ar