Cada vez estamos más familiarizados con las cámaras. Ya no llama la atención, como hace dos o tres décadas, una cámara en un comercio, en una casa, en una calle. Tampoco llaman la atención muchas cámaras juntas. Hay cámaras por todos lados, las veamos o no. Estamos vigilados, cada vez más. El cine, un arte hecho, entre otras cosas, con cámaras, ha filmado cámaras y hay películas cuyas imágenes representan lo filmado por esas cámaras dentro de la ficción. Hagamos memoria: en Dossier 51 (1978), película del francés Michel Deville, un servicio de inteligencia espía a un diplomático. Al principio, cuando vemos lo que ve esa cámara, notamos que, por más liviana que fuera, para poder pasar desapercibida debió de estar a una distancia tal que vemos al sujeto en planos generales. Y, sobre todo, si el sujeto no colabora moviendo su cuerpo, quizás solamente veamos su espalda. Las cámaras de vigilancia de los setenta no eran plurales sino escasas, singulares, caras. Si se trataba de un espacio público era casi invariablemente una sola, lo que daba mucha fijeza al punto de vista.

En sus últimas películas (entre otras Deja Vu, Rescate del metro 123 ), Tony Scott suele intercalar planos de cámaras de seguridad, y planos que no son de cámaras de seguridad pero que estéticamente lo parecen. Y hay algo clave: esos planos no son fijos, se mueven, hay múltiples cortes, cambios en el punto de vista. Ultimamente, las películas de Scott parecen estar dotadas de Los 1.000 ojos del Dr. Mabuse (Fritz Lang, 1960). ¿Podría decirse que las películas de Tony Scott son panópticas? En estos tiempos, el panóptico es incluso puesto en escena con un poco de sorna: en Toy Story 3 (2010) quien “ve todo” desde un punto fijo es un mono de juguete. En realidad, el panóptico está fuera de moda; es decir, la idea de diseñar un edificio cuyo interior se puede vigilar por completo desde un solo punto está demodé.

El control y la vigilancia no se hacen hoy en día desde un sólo punto: queremos ver todo, pero desde todos lados. ¿Queremos?; o más bien ¿queremos que nos vean desde todos lados? En los últimos años, varias películas han tratado el tema del ciudadano bajo vigilancia, o incluso del poder bajo vigilancia. No, no se trata de las tan de moda –hace unas semanas– filtraciones de WikiLeaks (al fin y al cabo, mayormente un cúmulo de chismes de alto nivel que no han modificado el poder mundial real). De todas maneras, si quieren una película sobre estrategias políticas en relación a filtraciones informativas, vean Mentiras que matan ( Wag the Dog , 1997) de Barry Levinson, en la cual Robert De Niro y Dustin Hoffman arman una guerra falsa y juegan a filtrar información para hacer olvidar un escándalo político (en esos años, todo remitía al affaire oral de Monica Lewinsky con Bill Clinton, algo que hoy parece de la prehistoria). Varias de las películas más seductoramente contemporáneas, y que se mantienen como tales, tienen que ver con quién mira, con quién vigila a quién, con quién tiene el poder de controlar todo, o si hay límites para eso.

En los últimos años, Hollywood ha hecho varias películas sobre el asunto de la vigilancia. Justamente, la primera que aquí mencionaremos es de Tony Scott: Enemigo público ( Enemy of the State , 1998) En ella, un lobbysta va a presionar a un legislador para que apoye una ley que permita mayor vigilancia a los ciudadanos; es decir, que lesione cada vez más la privacidad de la gente. Esa presión pasa al asesinato, disfrazado como suicidio. Sin embargo, una cámara que está ahí por otro motivo registra las imágenes: las cámaras ya no están, como en Dossier 51 , puestas a propósito con el objetivo de vigilar; ahora hay cámaras por todos lados y esta estaba ahí para grabar a unos pájaros migrando o algo por el estilo.

 

Enemigo público es, aún hoy, una película apasionante, por muchos motivos, entre otros porque –reporque es de 1998, y es increíble como, al verla, la película parece tratar los temores pos 2001. Por otro lado, un experto en vigilancia y ex espía es interpretado nada menos que por Gene Hackman, en un guiño a La conversación (Coppola, 1974), en la que el propio Hackman era un experto en vigilancia que grababa audio con lo que en ese momento eran sofisticados aparatos. (Otra película, más reciente, que trata un poco más lateralmente sobre los peligros del control corporativo al ciudadano e incluso a los poderes públicos es Los secretos del poder , State of Play , 2009, de Kevin Macdonald.) Con Duro de matar 4.0 ( Live Free or Die Hard , Len Wiseman, 2007) puede apreciarse cómo el tema del control total se mete en una franquicia anteriormente enfocada a peligros mucho más físicos.

Aquí el villano es un experto en seguridad informática, un ex empleado del Estado, pero que se vuelve contra él, y controla todo desde unas computadoras. John McClane deberá aprender a convivir con un hacker, que se convertirá en su ayudante de hecho: si bien las cosas se resolverán a los tiros y con no pocas explosiones, la película parece decir que los villanos de hoy en día no pueden no ser expertos en tecnología de la vigilancia. Y si el villano de Duro de matar 4.0 controlaba servicios, finanzas y medios de comunicación desde una computadora, en Control total ( Eagle Eye , 2008, D.J. Caruso) veíamos cómo una computadora del poder político-militar amenazaba a ese mismo poder, en una metáfora brutal de los riesgos del control absoluto. Ese control, además, está reforzado por la idea de que hoy, con nuestros smart phones con GPS, que nos permite saber cómo llegar desde el punto en donde estamos hasta otro, también nos hace rastreables.

Varias películas nos dicen que no hay remedio, que estamos rodeados de aparatos que nos encuentran y nos exhiben, que nos escanean, como pasaba en el futuro de La idiocracia ( Idiocracy , 2006, Mike Judge). Pero lo más tenebroso quizás sea saber, según se nos decía en Una mirada a la oscuridad ( A Scanner Darkly , 2006, de Richard Linklater y basada en Philip K. Dick), otra película sobre el control y la vigilancia, que esos escáneres no parpadean, y que permanecen despiertos cuando dormimos.